LAOREJA

El día que Diego fue a comprar su entrada para el concierto en Caracas llovía a mares, pero el resfriado pasó y su amistad con Daniela, a quién conoció en la cola de la taquilla, durará para siempre. Ana, con apenas siete años, ya cantaba de memoria todas las canciones de nuestro Primera Fila, así que no paró hasta conseguir que su padre la trajera al Caupolicán de Santiago de Chile. Aunque a Matías nunca le gustó La Oreja de Van Gogh, no sólo acompañó a su novia Claudia aquella noche en el concierto del Gran Rex de Buenos Aires, sino que incluso se sorprendió a sí mismo cantando las canciones que ella siempre le ponía en el coche. Desde que se anunció el concierto en Lima, María Isabel y todas sus amigas tenían claro que no se perderían por nada del mundo una noche repleta de aquellas canciones que les acompañaron desde su adolescencia. Para Sergio, nuestra actuación en Montevideo era la excusa perfecta para salir aquella noche de fiesta con sus amigos y volver, quién sabe, si con alguien especial que conociera durante el concierto. Irene sabía que su hija María Fernanda había estudiado mucho últimamente y, como pensó que le vendría bien distraerse, le regaló dos entradas para nuestra actuación en Quito. Laura, azafata de Iberia, hasta que no se lo dijo en voz baja su compañero Iñaki, no se fijó en que los que desayunábamos en la mesa de al lado en el hotel de Panamá éramos los del concierto al que acudirían esa misma noche con tal de no quedarse en su habitación. Itzel y Roberto no terminaban de creer que el grupo pudiera haber resistido un cambio de vocalista, pero cuando Leire cantó “Jueves” e hizo llorar a miles aquella noche en el Auditorio Nacional de México las dudas sobre el futuro del grupo quedaron atrás. Liliana siempre creyó que ella no tenía suerte para esas cosas, por eso se quedó de piedra cuando le llamaron de la radio para decirle que su tweet había sido seleccionado y que, por tanto, podría pasar un rato con nosotros en el camerino minutos antes de salir a tocar en Bogotá. Fernando no conocía ni el nombre de la canción ni del grupo, pero su Shazam le dijo que éramos nosotros quienes contábamos “El primer día del resto de mi vida”, aquella canción que ponían en el hilo musical de su trabajo y no dudó en venir a vernos cuando tocamos en Costa Rica. Sonia solo dejó de cantar durante el concierto de La Paz para contarle impaciente a Marina que, tres filas más atrás, estaba Elizabeth, la tercera amiga que desde la universidad no veían y con quien, desde aquella noche, prometieron no volver a perder el contacto.

Este 2014 lo hemos dedicado a la música en directo, el contacto más puro que existe entre vosotros y nosotros, y casi 150.000 relatos como estos se han escrito por todo Latinoamérica a lo largo del año. Detrás de cada concierto, eso lo hemos aprendido bien, hay miles de historias y detrás de cada historia, una canción: la tuya.

Todos los buenos recuerdos que ahora llenan nuestras maletas se convertirán en inspiración al mezclarse con la brisa de San Sebastián, precisamente donde a partir de ahora y durante los próximos meses escribiremos las nuevas canciones que, como siempre, no estarán completas hasta que no lleguen a vuestros oídos.

Muchas gracias por un año que nunca olvidaremos, amigos.

La Oreja de Van Gogh, diciembre de 2014

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